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Diez libros obsesivos para lectores dementes Diez libros obsesivos para lectores dementes
Diez libros obsesivos para lectores dementes Muchos de esos libros confeccionados con poca paciencia, ni siquiera tienen trama porque suelen ser experimentos radicales en... Diez libros obsesivos para lectores dementes

Diez libros obsesivos para lectores dementes

Muchos de esos libros confeccionados con poca paciencia, ni siquiera tienen trama porque suelen ser experimentos radicales en los que importa más la indagación y en el método que el tema formal del libro. Hemos, sin embargo, optado en llamar a estas obras  libros obsesivos para lectores dementes, puesto que en ellos los autores parecen arrancar movidos por una obsesión insoportable capaces de llevarla hasta sus últimas consecuencias. Esperamos que esta pequeña lista os sirva de guía para descubrir muchos de estos libros obsesivos. Antes que nada, una aclaración: no se trata de una ocurrencia arbitraria, sino más bien de una especie de experimento lúdico.

Dicho esto, aquí está el listado los Diez libros obsesivos para lectores dementes:

 

1. Especies de espacios y Me acuerdo, de Georges Perec (editoriales Montesinos y Berenice): El rey de esta lista, sin duda. Todos sus libros partían de alguna idea previa que el autor francés desarrollaba hasta sus últimas consecuencias. En Especies de espacios, se trata de describir los distintos espacios (reales o figurados) por los que puede transitar una persona (habitación, piso, edificio de pisos, barrio, ciudad, país…). Me acuerdo es una lista extensísima de todos aquellos recuerdos que Perec extrajo de la memoria que aún le quedaba de cuando era niño. Un ejercicio caótico pero admirable de memoria y escritura. Ningún futuro escritor debería perderse a Perec.

 

2. Los colores primarios, de Alexander Theroux (La Bestia Equilátera). El libro ofrece precisamente lo que anuncia su título. Son tres capítulos en los que el color toma cuerpo, pero no solo en un sentido explícito. Se trata de enumeraciones descomunales de objetos, personas, sensaciones, dichos o cuadros, relacionados con cada uno de los colores primarios (azul, rojo, amarillo). En la lectura, sin embargo, se observa que hay un cierto plan establecido para esas enumeraciones, lo que impide que llegue a abrumarnos (aunque casi lo consigue). Al salir de esa lectura demente comenzamos a mirar los colores con otros ojos, con los que Theroux nos propone.

 

3. El sentido interrogativo, de Powell Padgett (Alpha Decay). Se trata de un libro construido a partir de una serie de preguntas que nunca termina. Y no hay una sola respuesta en el libro. Las respuestas debe buscarlas el lector dentro de sí mismo. Se trata, de algún modo, de una sesión de autoindagación a partir de las preguntas que propone Padgett, que oscilan entre lo banal y lo extravagante. Es admirable su capacidad para plantear cientos de preguntas durante páginas y páginas en las que nosotros solo podemos leer la pregunta y tratar de ser honestos con nosotros mismos. Una buena forma de enfrentarse a uno mismo.

 

4. Inquieto, de Kenneth Goldsmith (La uña rota). Hablábamos hace poco de este libro por aquí. Es la descripción minuciosa de cada uno de los movimientos que el autor realizó durante un día (además, el Bloomsday del año 1997). Al principio esa descripción intenta ser rigurosa y, hasta cierto punto, «científica». Pero, a medida que van pasando el día y el experimento, esa descripción comienza a fracturarse y surgen nuevas formas de ofrecernos esos movimientos, incluso llega a mostrárnoslos a la inversa. Todo ello, gracias a unos lingotazos de Jack Daniel´s que se echó al coleto Goldsmith durante su escritura. Una experiencia poética en toda regla.

 

 5. Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino (Siruela). Un clásico este de la literatura obsesiva. Y es que Calvino era otro de esos autores que innovaba en cada libro que escribía. En esta obra, Marco Polo describe al gran Khan las ciudades que ha visto durante sus viajes, ciudades maravillosas. Son ciudades a cada cual más fantástica, todas ellas con nombre de mujer, que él agrupó en categorías que a su vez referían a diferentes temas (ciudades semánticas, ciudades de muertos, ciudades de la memoria…). El libro es una delicia. Ojalá existiesen algunas de esas ciudades imaginadas por Calvino-Polo.

 

6. El rey pálido, de David Foster Wallace (Literatura Random House). Este es el único libro de la lista que puede considerarse una novela. ¿O no? El tema de la novela es el tedio, y Foster Wallace lo llevó hasta el extremo último, que es el mismo libro en sí. Se trata de generar tedio en el lector a toda costa. Y, ¿qué hay más aburrido que un inspector de hacienda? Posiblemente nada. Pues él se mete en la piel de un aprendiz de inspector y nos describe de forma pormenorizada trámites burocráticos, revisiones de los impuestos de los ciudadanos y demás actividades divertidas que lleva a cabo uno de estos tipos que suelen ser la alegría de las fiestas.

 

7. La invención del mundo, de Olivier Rolin (Reverso). Lo que hizo el autor francés fue recopilar los periódicos de más de ochenta países de un solo día. Contrató la traducción de todos ellos y unos meses después comenzó a construir una obra fragmentaria en el que se muestran muchos de los sucesos de aquel día recogidos en esos periódicos. Pero para añadir una cierta estructura, Rolin reunió los temas en capítulos y escribió cada uno de ellos con un estilo diferente. Un libro descomunal que por momentos llega a abrumar, pero que sirve para comprobar las posibilidades que ofrece una idea inicial y lo que puede depararnos el azar.

 

8. Autorretrato, de Edouard Levé (451 Editores). Hablábamos hace poco de él aquí. Es una autobiografía narrada de un modo muy particular. No se trata de una descripción cronológica de anécdotas banales y de tres o cuatro ajustes de cuentas, que es lo que suelen ser las autobiografías al uso. Es más bien un ejercicio de autoconocimiento en el que Levé desgrana, a partir de frases muy cortas y con un ritmo frenético, muchas de sus filias y fobias, sus costumbres, sus temores, sus amores y algunos de sus odios. Uno de los mejores libros, creemos, que se han escrito en este siglo. Cuando uno termina su lectura está deseando escribir un libro igual sobre sí mismo.

 

9. Impresiones de África y Locus Solus, de Raymond Roussel (Siruela y Capitán Swing). No podía faltar en esta lista otra de las estrellas del libro obsesivo. Y es que un tipo que da la vuelta al mundo en una caravana pero no sale de ella porque solo escribe tiene que ser obsesivo a la fuerza. Para construir estos dos libros, Roussel se valió del siguiente proceso: elegía dos palabras similares (billard y pillard, por ejemplo, en francés) y con ellas construía dos frases idénticas con esas palabras pero en las que el significado fuese completamente diferente, y a partir de ahí construía historias que debían comenzar por una de las frases y terminar con la otra. Lo dicho, dos joyas de los libros obsesivos.

 

10. Momentos de inadvertida felicidad, de Francesco Piccolo (Anagrama). Quizá es el menos obsesivo de esta lista, pero sí el más amable de todos. Al modo de Me acuerdo de Perec, Piccolo hace repaso de muchas de las cosas que le hacen feliz, esas que normalmente nos pasan inadvetidas pero que casi sin darnos cuenta despiertan una sonrisa que no esperábamos. La suyas son, obviamente, personales, pero el libro ayuda a que pensemos en aquellas otras cosas aparentemente insignificantes que nos hacen felices. A mí, por ejemplo, encontrarme cada día por la mañana en el camino al trabajo con personas a las que no conozco pero que ya me son familiares.

 

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