Editoralia
Escritores con pistolas Escritores con pistolas
Algunos escritores mantuvieron una relación con las armas de fuego que rayó en lo obsesivo. Algunos de ellos emplearon las armas como un juguete,... Escritores con pistolas

Algunos escritores mantuvieron una relación con las armas de fuego que rayó en lo obsesivo. Algunos de ellos emplearon las armas como un juguete, otros para causar escándalos, otros para vengarse del amante… No lo neguéis, os gustan estas batallitas de escritores y sus excentricidades, pues en cierta medida estas han pasado a sus obras en ese viaje que nunca está claro en qué sentido tiene lugar, si desde la realidad hacia la ficción o si desde la ficción hacia la realidad. Sea cual sea el caso, bienvenidas sean estas anécdotas que ayudan a forjar entre los lectores los mitos de nuestros escritores preferidos.

Alfred Jarry, el enamorado del revólver
Una de las mejores semblanzas que se han hecho de Alfred Jarry es la que firmó Andre Breton en su famosa Antología del humor negro. En unas pocas líneas, Breton cuenta varias anécdotas de Jarry con revólveres que nos hacen figurarnos cómo fue el creador del teatro moderno.
Dice que una noche, acompañado de Apollinaire, Jarry saca un revólver en el circo Bostock y se dedica a agitarlo, mientras trata de explicarles a los espectadores que él también es un gran domador. Cuando salen de allí Jarry le dice a Apollinaire que ha disfrutado de lo lindo asustando a esos filisteos. Y cuando Jarry se sube al autobús se despide de él desde dentro agitando con negligencia su juguete y gesticulando ostentosamente.

En otra ocasión se entretiene en un jardín con unos amigos abriendo botellas de champán a balazos. Algunos tiros se pierden más allá de la cerca del jardín. Llega una mujer, indignada, que estaba con sus hijos al otro lado de la cerca e increpa a Jarry: ¡Figúrese que llega a darles! ―dice la mujer―.  Bueno, señora ―responde Jarry―, no se preocupe. Le haríamos otros.

 

La pesca heterodoxa de Hemingway
Que Hemingway era un enamorado de las armas de fuego no es un secreto para nadie. Adoraba la caza, y eso le ayudó a forjar esa aura de escritor con niveles de testosterona por las nubes. Pero el uso que le daba a las armas no siempre era ortodoxo.

En cierta ocasión, fue a pescar atunes en un mar plagado de tiburones, que para más incordio no hacían más que dar vueltas en torno al barco. A Hemingway, que vio que se quedaba sin pesca y que su propia integridad corría peligro con los tiburones merodeando por allí, no se le ocurrió otra idea más brillante que la de disparar a los tiburones. El resultado fue el opuesto al que buscaba. Al sangrar alguno de los tiburones, los otros se volvieron más agresivos, y Hemingway tuvo que regresar a puerto para que el barco no se fuese a pique.

Vaché, Cravan y las armas al servicio del escándalo

Los surrealistas eran amigos del escándalo. Uno de sus precursores, del que ya hablamos por aquí, Jacques Vaché, fue gran amigo también de André Breton. En 1917, con motivo del estreno de la obra de Apollinarie Les Mamelles de Tirèsias, y sin avisar a nadie, Vaché se presenta vestido con un uniforme del ejército británico en el teatro empuñando un revólver. Enemigo del arte encorsetado y con aires de trascendencia, Vaché afirma que va a emprenderla a balazos con el público, al juzgar demasiado literaria la obra y criticable el vestuario. Por suerte, la cosa no fue a más.

Arthur Cravan, otro de los surrealistas sin obra, como Vaché, fue un escritor, boxeador y sobrino, afirmaba, de Oscar Wilde. Lo mejor de Cravan, aparte de una carta dedicada al pobre Apollinaire, que se llevaba todas en esta época, el hombre, en su revista Maintenant, eran sus «conferencias». Una de las más célebres tuvo lugar el 5 de julio de 1914 en la sala de las Sociedades Científicas de la rue Danton y cuya crónica en el Paris Midi del día siguiente no tiene desperdicio: «Este Arthur Cravan es alto, rubio, imberbe, vestido con una camisa de franela bien escotada, cinturón rojo, pantalón negro y livianos escarpines, habló, bailó y boxeó. Antes de hablar, dio algunos disparos con una pistola, luego profirió, medio riendo y medio en serio, las mayores insensateces contra el arte y la vida. Elogió a la gente del deporte, superiores a los artistas, homosexuales, ladrones del Louvre, locos, etc. Leía de pie balanceándose, y de tanto en tanto lanzaba a las sala enérgicas injurias».

 

La tragedia de William Burroughs
Hay, eso sí, incidentes igualmente disparatados pero mucho más trágicos. Quizás el más famoso sea el que protagonizaron William Burroughs y su esposa Joan Vollmer. El 26 de septiembre de 1951, después de varios avatares policiales, William y Joan están en ciudad de México, tratando de pasar cinco años de destierro para evitar ciertos asuntos que podían costarle la cárcel a William. Los dos están bebiendo. Burroughs se pasa una manzana de una mano a la otra y le dice a Joan que si sabe quién era Guillermo Tell. Ella le contesta afirmativamente. Él dice: «Nunca he fallado». Joan se toma dos sorbos más de tequila, se separa cinco metros de Joan y dice: «Hazlo». William saca la Colt y pone la bala. Joan asume su rol y se queda petrificada, la manzana sobre la cabeza. William dispara. Cuando se disipa una pequeña nube de humo que se ha formado en la habitación, William ve a Joan desangrándose en el suelo. Murió casi al instante. Burroughs nunca se recuperaría de aquel incidente.

 

Verlaine contra Rimbaud
Un caso que no acabó en tragedia, pero pudo haberlo hecho, fue el que enfrentó a Verlaine con Rimbaud, en una de las disputas ente escritores más famosas de la historia. Nada tuvo que ver el ego literario en ello, sino la pasión amorosa. Ambos habían compartido una relación tormentosa presidida por el alcohol. Verlaine había abandonado a su mujer y a su hijo por Rimbaud, pero este lo humillaba frecuentemente, por lo que Verlaine, superada su paciencia decide marcharse a Bruselas a casa de su madre con el objetivo de reunirse de nuevo con su mujer y su hijo, y se lo comunica a Rimbaud en una carta. Este, sin pensarlo, se marcha hacia Bruselas y el día siguiente acude a encontrarse con Verlaine que, cosa nada rara, está borracho. Casi en cuanto lo ve saca una pistola y le pega un tiro a Rimbaud. Por suerte solo le da en la muñeca y la herida no es grave. La relación se rompe definitivamente y, a pesar de que Rimbaud no acusa a Verlaine ante la policía, este es condenado a dos años de prisión, por mediación de su mujer, que destapa la relación que había existido entre los dos escritores. Por cierto, unos años más tarde, Rimbaud conseguirá acumular una pequeña fortuna como traficante de armas en Etiopía. Se ve que el disparo no le causó aversión a las armas.

 

Los Motherfuckers contra Kenneth Koch
En el último caso que mencionaremos, no es un escritor el que motiva el caos con las armas de fuego, sino que son otros los que se lo causan a él. En Nueva York, a finales de los años 60, en plena guerra de Vetnam surgieron varios grupos de creadores que revolucionaron la vida cultural neoyorquina y estadounidense, en general. Uno de estos grupos fue el de los Motherfuckers!, un colectivo anarquista de creadores, que no artistas, que emprendieron varias acciones a modo de performance, todas ellas con un gran componente reivindicativo. Una de las más sonadas fue la que tuvo como protagonista involuntario al poeta Kenneth Koch. Los Motherfuckers! lo tenían en el punto de mira por considerarlo como uno de los mayores exponentes del arte burgués. Por eso, durante una conferencia del poeta, irrumpen en la sala y uno de ellos, muy alto, desgarbado y vestido enteramente de negro ―el arquetipo de anarquista, según diría después Ben Morea, uno de los fundadores del grupo― sacó una pistola y le descerrajó un tiro de fogueo al poeta, que cayó desmayado. El grupo salió de la sala a toda prisa no sin antes extender una pancarta en la que podía leerse: «Poesía es revolución».

Fuente: http://www.instruccionesdeuso.es/2015/02/la-legion-de-los-escritores-con-pistolas.html

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